En un viejo relato de Quim Monzó
el príncipe azul encuentra en mitad del bosque a la princesa anestesiada. La
besa. La despierta. Recorre su cuerpo y hace el amor con ella. Justo al
terminar, al menos así recuerdo yo el cuento, vislumbra un poco más allá otra
princesa dormida que reclama ser despertada. Y un poco más allá una tercera. La
cuarta… Es un cuento magnífico sobre la lógica del deseo. Durante las primeras
páginas de Feliz final pensé que
Isaac Rosa contraponía esta lógica del deseo, infinito y repetitivo, en el que
todo es aparentemente distinto pero exactamente igual, como princesas roncadoras
a la espera de un encuentro sexual, al compromiso ético, al acto de amor del
que hablan Badiou o Žižek, al acontecimiento que suspende la lógica repetida del
deseo. Pero no es así.
Al comienzo de la novela, al final de
la relación -cuando han vaciado la casa en la que convivieron- Ángela, que ya
sabe que Antonio no quiere mantener la relación, alega por este compromiso
ético que nos ata contra la lógica del consumo -algo que Isaac Rosa ya trató en
La habitación oscura (2013): siempre acabamos invocando la libertad, pero
qué libertad es esa, la jodida libertad es la trampa con la que nos están
quitando el suelo bajo nuestros pies, estoy hasta el coño de tanta libertad,
libertad de elegir colegio, libertad de elegir médico, libertad de elegir una
carrera, un trabajo, un futuro, libertad de negociar tus condiciones
directamente con el empresario […] y todo ese amor que no es amor libre
sino liberalizado, ¡que se vayan a la mierda con su libertad! [p.44-5]
Esa libertad que no es más que la
lógica huidiza del deseo, es la que corrompería ese compromiso ético: Aquella noche, en el hostal sin calefacción,
nos abrazamos para quitarnos el frío, pero éramos nosotros los que irradiábamos
frío porque estábamos muertos. En esos meses me apretaba contra ti cada noche,
sí, pero cuanto más lo hacía, más sentía que abrazaba un cadáver. El cadáver de
tu deseo. Era tu deseo lo que estaba muerto, descomponiéndose allí mismo, entre
mis brazos, apestando. [p. 80]
A pesar de este comienzo, Feliz final no hurga en la posibilidad
de las dificultades y las consecuencias de un compromiso que se rompa con la
repetición del deseo. Un acontecimiento al que ser fiel porque el
acontecimiento nos ha definido.
Feliz
final opta por la estructura contraria, por el historicismo. Los
narradores, ellos, van reconstruyendo su historia de pareja como si cada una de
las acciones desde que se conocieron hasta la ruptura fuesen concatenaciones
determinadas. No diré mecánicas, pero sí encaminándolos hacia la ruptura
inevitable. Un camino vallado que inevitablemente se transita, como ríos al mar
que es el morir:
Una línea continua y con aspecto de relieve
montañoso, que sube o baja según el momento. El comienzo súbito al enamorarnos,
el alza eufórica de los primeros años, casi vertical, cuando crees que ya no
puedes amar más y sin embargo subes y subes. La conquista de las alturas, donde
acampar una temporada que coincidiría con el nacimiento y los primeros años de
las niñas. Hasta que empieza el descenso, ese rodar barranco abajo
desamándonos, una bajada con dientes de sierra pero sin perder nunca la
tendencia, con saltos escarpados, algún momento de engañosa remontada pero
siempre perdiendo altura hasta que nos estrellamos en ese doble y consecutivo
acantilado que sería nuestro deterioro máximo, la desconexión emocional: el stonewalling, la infidelidad. Quedamos
entonces en lo más profundo durante un tiempo, arrastrándonos, hasta que nos
reconciliamos y ascendemos una suave colina, recobramos algo de la altura
perdida, para finalmente derrumbarnos y tocar el suelo en el momento de la
separación. Es bastante fiel, ¿verdad? Somos nosotros, nuestra vida compartida.
[p. 158]
Este fragmento resume la novela y,
aunque invierte la estructura narrativa, muestra el historicismo pesimista de
quien lee la historia desde la derrota. Da igual que Isaac Rosa vincule la
ruptura de la pareja a la evolución de
nuestro saldo bancario [p. 158], no de una manera simplista, sino desde la
convicción de que las dificultades económicas por diversos motivos (por
ejemplo, la necesidad de dedicar más horas al trabajo para la obtención de
renta o la inseguridad) empeoran las relaciones sentimentales. Da igual también
que Feliz final nos recuerde que la
lógica poliamorosa del capitalismo no difiere de la lógica mercantil de
nuestros cuerpos a nuestras relaciones más íntimas.
No, la lógica de la muerte de la
pareja es una lógica historicista que también se repite una y otra vez
alternando tragedia y comedia: Somos nosotros los responsables de este
fracaso. Tú y yo. No fue la crisis económica. No es el capitalismo. No somos un
remake precario de otra historia que,
protagonizada por una pareja acomodada, termina bien. [p. 162]
Ángela y Antonio, un fracaso de manual que
reúne todo aquello que no deben hacer si quieren seguir juntos. […] Me
sorprendió, y también me avergonzó e irritó, ver en aquella pizarra lo
previsible que era nuestra ruptura. Lo inevitable que era. Lo vulgar que
resultaba, una cura de humildad a destiempo. Nosotros, que alguna vez creímos
que nuestro amor era especial. Nada. De manual. Si alguien nos hubiese
observado durante años, si nosotros mismos hubiésemos tenido la lucidez para
vernos, habríamos reconocido la constancia con la que íbamos recorriendo la
autopista hacia el desastre. Habríamos sabido parar a tiempo. Esa cuesta abajo
de tu gráfica la seguimos hasta el final. Nos dejamos caer rodando. [p.162-3]
Finalmente no hay misterio, no hay
posibilidad revolucionaria -más allá de una supuesta consciencia que permitiera
dar un volantazo en la autopista-: hay repetición. El Feliz final lo es sólo y exclusivamente porque termina por el
principio. No se ha producido una transformación, no hay acontecimiento capaz
de transformar la rueda de lo determinado. Es feliz el final porque,
ilusioriamente, se afirma: en todo
encontrábamos grandeza. Esa seguridad candorosa de los enamorados, esa
presunción enloquecida. Mirábamos a otras parejas y las juzgábamos y
condenábamos fulminantemente: no son como nosotros. No se aman como nosotros.
No han conocido un amor tan grande. [p. 291-2]
En este sentido, no he podido dejar de
pensar en Amor de Michael Haneke como
la obra opuesta a Feliz final.
Mientras que en el magnífico texto de Isaac Rosa la relación está presa desde
el final que es el principio en la repetición del deseo, la película de Haneke,
muestra las consecuencias del compromiso ético del amor, su realidad como
acontecimiento.
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