sábado, 14 de julio de 2018

AMOUR FOU, MARTA SANZ: LOS RESTOS OSCUROS DE LA SEDUCCIÓN


Hace un par o tres de años me regalaron por mi cumpleaños una camiseta historiada. Una serie de viñetas en dos columnas mostraban una transformación. Charlot se convertía en un drugo (el personaje de La naranja mecánica): Charlot llega a casa; deja el bombín y el bastón en el perchero; se sienta frente al tocador; se desmaquilla; se maquillar de nuevo; se encasqueta el sombrero; agarra el bate de beisbol; y sale a la luz de noche. La desasosegante historia de la camiseta: la posibilidad de que el adorable Charlot esconda un resto oscuro es la trama de Amour fou. Ese resto oscuro que, no bien se ilumina por un instante, ciega si no se finge ceguera.



No quisiera comenzar a escribir sobre Amour fou sin esta pequeña declaración admirada por la escritura de Marta Sanz: toda la escritura de Marta Sanz (al menos desde que llegué a ella con Black, black, black, novela alrededor de las mismas obsesiones que ésta), es viscosamente corpórea: su materialismo impregna los dedos, rozan la piel, pesan en el estómago, huele al regreso a casa después de trabajar. En sentido recto, yo sabía hasta dónde podía llegar con mis dientes sobre el terciopelo del pene de Raymond. Todos los penes son de terciopelo; no se trata, pues, de que solo el de Raymond lo fuera. (p. 18)
Amour fou narra un cuarteto amoroso con la voz de la mitad de ellos (Lala y Raymond). En principio, se confunde con una sórdida comedia romántica, Adictos al amor. Ese momento en Every breath you take (he escogido para el vídeo la versión más ñoña que he encontrado) se confunde con una canción de amor. Lala abandona  a Raymond por Adrián, aquel obsesionado con ella se muda enfrente de ellos para espiarlos. Adrián en otro momento de la relación pasa una noche con Elisa que, obsesionada con él, llega a convivir y compartir obsesión con Raymond. Esta convivencia suma un quinto personaje: Esther, la hija de Elisa.

La novela arranca con los dos narradores, Lala y Raymond, sentado en una salita de estar tras la detención, ignoramos el motivo, de Adrián. En esta primera escena Raymon entrega el diario de sus obsesiones a Lala. Lala después irá alternando fragmentos del diario con su propia narración. Es central que señalemos que la narración de Raymond es lineal y supuestamente simultánea a los hechos (aunque en gran medida se dedique a la reconstrucción de la relación con Lala y el abandono), mientras que Lala escribe desde la detención de Adrián. Las voces de Adrián y Elisa son modeladas por Lala y Raymond.
En Black, black, black (2010) Marta Sanz recurre a la lectura del diario de uno de los personajes por otro para la construcción de la historia. También en ambas la trama recurre al deseo como impedimento para ciertas percepciones de la realidad. Sin embargo, Black, black, black incluye el personaje de Paula, quien al escuchar el relato seducido de Antonio Zarco lo despedaza: Paula inocularía en mí la suspicacia - «Te quiere dominar»- y, sobre todo, aprovecharía para aleccionarme como inspectora de Hacienda y mujer de principios -«Los ricos nunca son buenos»-. [sic] (Un buen detective no se casa jamás, p. 27).
¿Qué pasaría si el relato prescindiera del personaje que inocula la suspicacia?
La primera parte de la novela, hasta la aparición de Elisa y Esther, monta el triángulo amoroso en el que la aparición de Adrián separa a Lala de una relación enfermiza con Raymond: Tengo la seguridad de que Adrián nunca me va a engañar. Le hablo de Raymond y Adrián lo entiende todo.  Esa misma noche, sin que Raymond lo sepa, quizá mientras piensa que estoy en mi casa sufriendo pesadillas, mientras me castiga sin llamarme porque me merezco cada una de mis desapariciones y de mis tiritonas, mientras es posible que él coquetee con una niñata o con un hombre o ande buscando su disfraz de Shirley Bassey, Adrián y yo por primera vez dormimos juntos. Y todo se hace, por primera vez, muchísimo menos complicado. (p. 51)
Los personajes masculinos crecen en la contraposición del ególatra y afectadamente complejo Raymond a la tranquilidad y entrega de Adrián. Se da tanto en la relación amorosa con Lala como en la construcción de su figura laboral y pública: Así pues, la cualidad para creer, para conservar y para hacer nuevos amigos es lo que mejor define a Adrián. También la compasión. Sin embargo, es obvio que en algunos momentos solo soy yo la que le importa y la que le ayuda. (p. 107)
Una vez dado el aparataje de la relación a tres, aparece Elisa. Elisa es mostrada (Adrián y Elisa siempre son mostrados) como una amante despechada que padece la misma fijación malsana que Raymond por la relación de Lala y Adrián. El engaño tras una momentánea separación de la pareja, dura una noche. Y hasta en la ruptura Adrián se adecúa a los cánones de la compasión y la empatía.
Raymond narra a Elisa:
Por eso, Elisa insiste en que durmieron con la placidez de los lactantes saciados y que al día siguiente, reencontrados en la noche, volvieron a irse juntos al pisito de alquiler de Elisa y fue entonces cuando ella le mostró su cicatriz y con ella, era como si le mostrara su vida entera en una ofrenda. Y Adrián dijo:
-No sabes cuánto te comprendo.
Y cogió la puerta y se fue, porque tenía un compromiso que no era la cicatriz de Elisa. (p. 48)
            Este párrafo termina: Tuvo ganas de quitarle a Adrián esa cara de buena persona para ver qué escondía por dentro. (p. 48)
En Black, black, black el discurso seducido del detective Antonio Zarco, guiado por su deseo sexual, es desmontado por Paula, su exmujer aparentemente prisionera de su antiguo amor por Zarco, que es homosexual. En Amour fou, la narración lucha por el sostenimiento de la seducción, quiere mantener la trampa, restaurar las grietas, no quiere ver su reverso, no quiere ver que el bastón se transforme en un bate.
Lala narra a Adrián:
La película se acaba y Adrián se levanta del suelo. Se dirige a la puerta de la habitación de la niña, la abre y ve la luz del recibidor. El resto de la casa se ha quedado a oscuras. Apoyada en un pilar del piso, Elisa contempla el movimiento de Adrián frotándose los riñones y la pequeña figura de su hija que sale, en camiseta, corriendo hacia las piernas de su madre, arrebolada y sudando, de una habitación con las luces apagadas. (p. 131-2)
Lala niega la posibilidad misma de que Adrián mienta (y haya podido abusar de Esther, la hija de Elisa): No tiene la misma credibilidad un hombre que trabaja y lucha cada día que una mujer metida en una bola de pelusa, hipnotizada por una cicatriz, una mujer que alimenta hipopótamos en el zoológico y que pica el ajo muy finamente sola para que a ti te escueza el paladar. (p. 177)

Amour fou termina, tras la lectura del diario de Raymond, cuando Lala lanza un busto de Lenin (quizá de dimensiones parecidas al que le regalé a mi compañera de piso para que me lo estrelle el día que lo estime conveniente) y sale por fin a la calle. No ya Charlot o drugo. Sola. Sin capacidad de ser creída en su creencia en el relato de Adrián (del que tampoco ha conseguido convencer al lector). La creencia en su creencia en que quien la salvó una vez de la cárcel y la amó, Adrián, con quien todo fue siempre más fácil, fuera capaz, al otro lado del espejo del tocador, de abusar sexualmente de una niña. Presos todos, los tres, de su loco amor: Raymond obsesionado con la relación de Lala y Adrián; Elisa, con su búsqueda de la venganza de Adrián; Lala, enamorada de Adrián. Sólo de Adrián ignoramos si padece algún Amour fou.