Hace
un par o tres de años me regalaron por mi cumpleaños una camiseta historiada.
Una serie de viñetas en dos columnas mostraban una transformación. Charlot se
convertía en un drugo (el personaje de La
naranja mecánica): Charlot llega a casa; deja el bombín y el bastón en el
perchero; se sienta frente al tocador; se desmaquilla; se maquillar de nuevo;
se encasqueta el sombrero; agarra el bate de beisbol; y sale a la luz de noche.
La desasosegante historia de la camiseta: la posibilidad de que el adorable
Charlot esconda un resto oscuro es la trama de Amour fou. Ese resto oscuro que, no bien se ilumina por un instante, ciega si no se
finge ceguera.
No
quisiera comenzar a escribir sobre Amour
fou sin esta pequeña declaración admirada por la escritura de Marta Sanz:
toda la escritura de Marta Sanz (al menos desde que llegué a ella con Black, black, black, novela alrededor de
las mismas obsesiones que ésta), es viscosamente corpórea: su materialismo
impregna los dedos, rozan la piel, pesan en el estómago, huele al regreso a
casa después de trabajar. En sentido
recto, yo sabía hasta dónde podía llegar con mis dientes sobre el terciopelo
del pene de Raymond. Todos los penes son de terciopelo; no se trata, pues, de
que solo el de Raymond lo fuera. (p. 18)
Amour fou
narra un cuarteto amoroso con la voz de la mitad de ellos (Lala y Raymond). En
principio, se confunde con una sórdida comedia romántica, Adictos
al amor. Ese momento en Every breath you take (he escogido para el vídeo la versión más ñoña que he encontrado) se
confunde con una canción de amor. Lala abandona
a Raymond por Adrián, aquel obsesionado con ella se muda enfrente de
ellos para espiarlos. Adrián en otro momento de la relación pasa una noche con
Elisa que, obsesionada con él, llega a convivir y compartir obsesión con
Raymond. Esta convivencia suma un quinto personaje: Esther, la hija de Elisa.
La
novela arranca con los dos narradores, Lala y Raymond, sentado en una salita de
estar tras la detención, ignoramos el motivo, de Adrián. En esta primera escena
Raymon entrega el diario de sus obsesiones a Lala. Lala después irá alternando fragmentos
del diario con su propia narración. Es central que señalemos que la narración
de Raymond es lineal y supuestamente simultánea a los hechos (aunque en gran
medida se dedique a la reconstrucción de la relación con Lala y el abandono),
mientras que Lala escribe desde la detención de Adrián. Las voces de Adrián y
Elisa son modeladas por Lala y Raymond.
En
Black, black, black (2010) Marta Sanz
recurre a la lectura del diario de uno de los personajes por otro para la
construcción de la historia. También en ambas la trama recurre al deseo como
impedimento para ciertas percepciones de la realidad. Sin embargo, Black, black, black incluye el personaje
de Paula, quien al escuchar el relato seducido de Antonio Zarco lo despedaza: Paula inocularía en mí la suspicacia - «Te
quiere dominar»- y, sobre todo, aprovecharía para aleccionarme como inspectora
de Hacienda y mujer de principios -«Los ricos nunca son buenos»-. [sic] (Un buen detective no se casa jamás, p.
27).
¿Qué
pasaría si el relato prescindiera del personaje que inocula la suspicacia?
La
primera parte de la novela, hasta la aparición de Elisa y Esther, monta el
triángulo amoroso en el que la aparición de Adrián separa a Lala de una
relación enfermiza con Raymond: Tengo la
seguridad de que Adrián nunca me va a engañar. Le hablo de Raymond y Adrián lo
entiende todo. Esa misma noche, sin que
Raymond lo sepa, quizá mientras piensa que estoy en mi casa sufriendo
pesadillas, mientras me castiga sin llamarme porque me merezco cada una de mis
desapariciones y de mis tiritonas, mientras es posible que él coquetee con una
niñata o con un hombre o ande buscando su disfraz de Shirley Bassey, Adrián y
yo por primera vez dormimos juntos. Y todo se hace, por primera vez, muchísimo menos
complicado. (p. 51)
Los
personajes masculinos crecen en la contraposición del ególatra y afectadamente
complejo Raymond a la tranquilidad y entrega de Adrián. Se da tanto en la
relación amorosa con Lala como en la construcción de su figura laboral y pública:
Así pues, la cualidad para creer, para
conservar y para hacer nuevos amigos es lo que mejor define a Adrián. También
la compasión. Sin embargo, es obvio que en algunos momentos solo soy yo la que
le importa y la que le ayuda. (p. 107)
Una
vez dado el aparataje de la relación a tres, aparece Elisa. Elisa es mostrada
(Adrián y Elisa siempre son mostrados) como una amante despechada que padece la
misma fijación malsana que Raymond por la relación de Lala y Adrián. El engaño
tras una momentánea separación de la pareja, dura una noche. Y hasta en la
ruptura Adrián se adecúa a los cánones de la compasión y la empatía.
Raymond
narra a Elisa:
Por eso, Elisa insiste en
que durmieron con la placidez de los lactantes saciados y que al día siguiente,
reencontrados en la noche, volvieron a irse juntos al pisito de alquiler de
Elisa y fue entonces cuando ella le mostró su cicatriz y con ella, era como si
le mostrara su vida entera en una ofrenda. Y Adrián dijo:
-No sabes cuánto te
comprendo.
Y cogió la puerta y se
fue, porque tenía un compromiso que no era la cicatriz de Elisa.
(p. 48)
Este párrafo termina: Tuvo ganas de quitarle a Adrián esa cara de
buena persona para ver qué escondía por dentro. (p. 48)
En
Black, black, black el discurso
seducido del detective Antonio Zarco, guiado por su deseo sexual, es desmontado
por Paula, su exmujer aparentemente prisionera de su antiguo amor por Zarco,
que es homosexual. En Amour fou, la
narración lucha por el sostenimiento de la seducción, quiere mantener la trampa,
restaurar las grietas, no quiere ver su reverso, no quiere ver que el bastón se
transforme en un bate.
Lala
narra a Adrián:
La película se acaba y
Adrián se levanta del suelo. Se dirige a la puerta de la habitación de la niña,
la abre y ve la luz del recibidor. El resto de la casa se ha quedado a oscuras.
Apoyada en un pilar del piso, Elisa contempla el movimiento de Adrián
frotándose los riñones y la pequeña figura de su hija que sale, en camiseta,
corriendo hacia las piernas de su madre, arrebolada y sudando, de una
habitación con las luces apagadas. (p. 131-2)
Lala
niega la posibilidad misma de que Adrián mienta (y haya podido abusar de Esther,
la hija de Elisa): No tiene la misma
credibilidad un hombre que trabaja y lucha cada día que una mujer metida en una
bola de pelusa, hipnotizada por una cicatriz, una mujer que alimenta
hipopótamos en el zoológico y que pica el ajo muy finamente sola para que a ti
te escueza el paladar. (p. 177)
Amour fou
termina, tras la lectura del diario de Raymond, cuando Lala lanza un busto de
Lenin (quizá de dimensiones parecidas al que le regalé a mi compañera de piso
para que me lo estrelle el día que lo estime conveniente) y sale por fin a la
calle. No ya Charlot o drugo. Sola. Sin capacidad de ser creída en su creencia
en el relato de Adrián (del que tampoco ha conseguido convencer al lector). La
creencia en su creencia en que quien la salvó una vez de la cárcel y la amó,
Adrián, con quien todo fue siempre más fácil, fuera capaz, al otro lado del
espejo del tocador, de abusar sexualmente de una niña. Presos todos, los tres,
de su loco amor: Raymond obsesionado con la relación de Lala y Adrián; Elisa,
con su búsqueda de la venganza de Adrián; Lala, enamorada de Adrián. Sólo de
Adrián ignoramos si padece algún Amour
fou.
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