Obreros libres
en el doble sentido de que no figuran directamente entre los medios de
producción, como los esclavos, los siervos, etc., ni cuentan tampoco con medios
de producción de su propiedad como el labrador que trabaja su propia tierra,
etc.; libres y desheredados. Con esta polarización del mercado de mercancías se
dan las condiciones fundamentales de la producción capitalista.
Karl Marx, El Capital, Libro I
para paula se
ha hundido el mundo, pero no importa, porque el mundo de todas formas jamás le
ha pertenecido en lo más mínimo a paula.
Elfriede
Jelinek, Las amantes
El cuento de la criada ha sido una serie
destacada por el feminismo por diversas y muy relevantes razones. Entre ellas
el retorno (en España no tan lejano) del tiempo en el que las mujeres no podían
tener propiedades o cuentas bancarias, la falta de libertad de movimientos,
acceso al trabajo…, pero particularmente el control estatal de la maternidad.
Porque, en estricto, no se relata en la serie el control masculino de la
maternidad, sino el sometimiento de las mujeres fértiles al Estado de forma que
los hijos de éstas pasan a ser propiedad de quienes detentan el poder del
Estado y los hijos que nacieron antes del cambio de gobierno son acogidos en
una especie de internados donde el Estado se ocupa de su educación (la visita a
la Hannah en el capítulo 9). Si bien es cierto que este matiz podría ser
considerado como una metáfora del control masculino en general, entiendo que
esta extensión no está justificada.
Y no lo está por los siguientes
puntos oscuros:
Mercancías o la nostalgia de la democracia
liberal: Una de las imágenes más llamativas del primer episodio se produce
en el supermercado (lugar de encuentro reiterado en los distintos episodios de
las criadas dado que es el único encuentro público sin señoras) es los estantes
de mercancías: las mercancías en los expositores se presentan de una manera
homogénea e indistinta. Es cierto que se muestran de fondo con el objetivo,
posiblemente, de recalcar lo ominoso del régimen teocrático (como se exhiben en
el cine los supermercados de los países del Pacto de Varsovia o en los
noticiarios los supermercados venezolanos); pero su funcionamiento ideológico
es fundamental, puesto que opone el régimen de libertad de elección (las
mujeres son libres de practicar su orientación sexual, tienen acceso a drogas,
a cafeterías, a sus cuentas bancarias, a sus profesiones, etc., que siempre se
muestran en un tono sepia idílico) a la autoridad política que borra toda
capacidad de elección entre diferencias (la clave del capital monopolista en la
producción de mercancías es la diferencia entre productos similares, nunca su
indistinción).
La serie presenta frente a la
distopía estatal totalizadora nuestro presente como utopía realizada (ni
Fukuyama y el Lyotard lo tuvieron nunca tan claro).
Contra la regulación del Estado: Esta
misma regulación sobre la maternidad se extiende a la regulación sobre el medio
ambiente. El cuento de la criada
plantea que el alarmante crecimiento de la infertilidad y de las malformaciones
en los fetos se produjo por el aumento de la contaminación. Y, más allá de la
guerra (que no aparece salvo en la forma de aparato policial) y del control de
la mujer, la política del gobierno teocrático es la reducción drástica de la
contaminación. En un momento se ufanan de haber reducido la contaminación un
73% en dos años, en otro, de haber destruido una amplia extensión urbana para
construir un parque de energía solar. Aparentemente, no debería haber conexión
entre las dos políticas, una ecológica y otra de natalidad, pero de hecho
existe por un lazo común: ambas constituyen intervenciones del Estado en la
regulación del mercado.
Y esta añoranza
de la retirada neoliberal del Estado, que identifica la intervención política
en las decisiones íntimas (la orientación sexual particularmente) con las
políticas públicas (el medio ambiente) es, reitero, el sostén ideológico sobre
el que se construye la defensa de la libertad de la mujer en El cuento de la criada.
Medio de producción y fuerza libre de
trabajo: Desde una perspectiva de clase es importante que distingamos entre
medio de producción y fuerza de trabajo. El esclavo y el siervo son medios de
producción por su distinta relación de propiedad, mientras que el trabajador ha
de ser libre para vender su capacidad de trabajo en el mercado. Esto es de lo
que se priva a las criadas. Las criadas no pueden disponer libremente de sus
órganos reproductivos (y además se les niega el placer para que no accedan al
mercado sexual), pero no como trabajadores, sino como siervos o esclavos, es
decir, como medios de producción.
Se podría
argumentar contra esta tesis el momento (capítulo 6) en el que se intuye que
las criadas van a pasar, puesto que carecen de libertad, a ser directamente
mercancías que se compran y se venden. Pero es un refuerzo de la tesis
anterior: las criadas no son fuerza de trabajo que vende por un tiempo acotado
su capacidad de trabajar o de reproducir (su vida en definitiva), son mercancías
que es la forma que la esclavitud asume bajo el dominio del modo de producción
capitalista.
Y esta diferencia revienta como
contradicción supuestamente resuelta -en su estructura narrativa- en el mismo
capítulo. El Estado que acude al gobierno teocrático para la compra de criadas
no es otro que México, exportadora de mano de obra barata y desde hace un
tiempo recurso para la compra de vientres de alquiler a bajo precio (por ejemplo, se puede
ver la normalidad de la compra de niños y la explotación de la mujer pobre
fértil en la pareja homosexual de Modern
family). Es un pequeño matiz, pero central. La denuncia de El cuento de la criada no es por la
compra/venta de bebés o la explotación de la capacidad gestante de las mujeres
para otras personas. De hecho, no sólo se obvia esta situación real y que lleva
a muchas mujeres pobres a vender su capacidad de reproducción (eso sí, como
fuerza libre de trabajo), para sostener una supuesta distopía en el que las
mujeres son medio de producción o, en las relaciones de producción capitalistas,
mercancía. La compra/venta de la maternidad no se muestra cuando equivale a un
precio entre 80 000 y 240 000 euros, pero sí cuando es usurpada
por el poder estatal.
Lucha de clases: Quizá la clave de este
matiz se encuentre en la posición de clase de las criadas que pertenecen a
profesiones liberales y acomodadas socialmente frente a la criada lumpen que
advierte a la protagonista de que la situación de propiedad de criada supone
una mejora considerable respecto a su situación anterior en la que vendía su
sexo por dinero o drogas. Otra vez fuerza de trabajo libre, otra vez la
necesidad, otra vez la pobreza en esta ocasión sí mostrada pero para ser
inmediatamente repudiada por servil.
La escena en la que se descubre el
prostíbulo es, sin duda, otra clave para mostrar la posición de clase de las esclavas,
en este caso meramente sexuales, bajo el gobierno teocrático. Las esclavas
sexuales del prostíbulo, al que sólo acceden los gerifaltes del gobierno, son
mujeres que por su inteligencia y belleza divierten a los hombres en distintos
aspectos, también el intelectual (que el comandante de la protagonista juegue
con la criada al Scrabble) porque entre ellas hay incluso “catedráticas de
sociología”.
El panorama general de los
prostíbulos en los que se explota a las mujeres, en general, actualmente no
presenta precisamente esa imagen.
La rebelión individual: El último
episodio de El cuento de la criada construye
la revuelta de las criadas contra el poder. Hay incluso un aparente acto
colectivo cuando las criadas se niegan a lapidar a una compañera por tratar de
suicidarse (otra vez el eje ideológico es la condena del medio de producción
frente a la fuerza de trabajo libre). Sin embargo, ese acto colectivo no es un
acto decidido colectivamente, sino que, siguiendo el modelo general de la
cinematografía épica norteamericana es un acto individual (dos de las criadas
se oponen públicamente a la lapidación) que es seguido por el resto. Durante un
momento se podría pensar que es el modelo del héroe no muy diferente al que en Rocky IV consigue que los soviéticos
aplaudan enfervorecidos a Balboa cuando noquea al malvado comunista. Pero se
parece mucho más al momento en el que en El
club de los poetas muertos los estudiantes rompen los libros al dictado,
supuestamente liberador, de romper los libros de Historia de la Literatura: es
la libertad de las clases acomodadas lo que está en juego en la serie, no la
explotación de la mujer en las relaciones de producción capitalistas (división
sexual del trabajo, oposición privado/público, situación de las mujeres de la
clase trabajadora).
Su propio
final (al menos para los que esperábamos que el Mayday no fuese sólo un
fantasma que, como el primer personaje que pertenece a la resistencia, parece
haber sufrido una ablación) es síntoma de todos estos puntos negros. La serie
se cierra porque la criada es detenida por haberse negado a lapidar a su
compañera (bueno, habrá que esperar en este punto a qué ofrece la segunda
temporada).
Esto es abandona el miedo y, una vez
perdido el Estado carece de poder sobre su conciencia, es decir, recobra su
libertad individual carente de cualquier cariz colectivo.
En definitiva, estos puntos oscuros
de El cuento de la criada descubren
la construcción de un feminismo de clase que, para sostenerse, debe esconder
bajo un manto de libertad individual acosada por el Estado la explotación de
las mujeres de las clases populares: la prostitución, la compra-venta
capitalista de la maternidad o cualquier otra forma de explotación de la mujer
basada en la compra de fuerza de trabajo libre.
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