La máquina del tiempo de
H. G. Wells se ha prestado a dos lecturas: la sublime (la cinematográfica), los
Eloi, seres espirituales, dedican su tiempo a la contemplación filosófica, pero
cuya tranquilidad y pacífico desleimiento se ven perturbados por el ataque de
unos seres embrutecidos y subterráneos, los Morlocks; la pedestre (la
novelística), los Eloi pueden dedicarse a la verdad, bondad y belleza porque
mantienen esclavizados a los Morlocks, quienes, machacados por el trabajo, han
perdido incluso los últimos restos de humanidad. Estas dos lecturas sirven para
contraponer la RBU y el reparto del trabajo como soluciones políticas compatibles
respectivamente con cada lectura de La máquina del tiempo. La RBU cuadra
con la lectura sublime, mientras que la reducción de la jornada laboral y el
reparto del trabajo a la pedestre.
Voy a fundamentar mi explicación
en Quien parte y reparte… El debate sobre la reducción del tiempo de trabajo
de Jorge Riechmann y Albert Recio.
Quien parte y reparte… es
un libro de apoyo a la estrategia política del reparto del trabajo, que llevaba
en su programa electoral IU, dirigida por Julio Anguita, en 1993 y 1996. No
obstante, los dos últimos capítulos polemizan directamente con la RBU, en los
que opone ambas estrategias políticas como contradictorias y excluyentes: Más
bien tenemos que elegir entre una política del tiempo (que he defendido
en capítulos anteriores) y una política del subsidio. (p. 114-5)
¿Por qué se oponen? El debate de
fondo es, sin duda ninguna, antropológico (el propietario y solitario de Locke
o el hombre como relación social y con la naturaleza). En términos menos
líricos: el trabajo (en actividades socialmente útiles) genera sentimientos de
pertenencia, participación y utilidad social; contribuye a la construcción de
la identidad personal; proporciona bases para la dignidad propia y el respeto
por uno mismo; permite y consolida el acceso a la esfera pública en las
sociedades industriales. (p. 118)
Esta división en la práctica
política hoy divide la estrategia política entre la resignación o no ante la
exclusión social: Me temo que la lógica del SUI [Subsidio Universal
Incondicional es el nombre que le da Riechmann a la RBU] es la del primer término
de esa disyunción, la de la exclusión social inevitable, la de la dualización
de la sociedad […] Si se desea evitar esa dualización, hay que plantear
una política ambiciosa de reducción del tiempo de trabajo. (P. 115) Es
decir, la reducción del tiempo de trabajo es la clave, para Riechmann, que mitiga
la división entre Morlocks y Eloi -daría para mucho preguntarnos por qué los
Morlocks tienen morfema de plural y Eloi, no.
Podríamos entender esto en una triple
dualización: los excluidos y los integrados, por un lado, los parásitos y los
hiperproductivos, por otro, y, finalmente, los ciudadanos y los “cabezas de
turco”.
Pero como medida
potencialmente liberadora, transformadora de la sociedad, generadora de
energías rojas y verdes, la reducción del tiempo de trabajo tiene mayores
virtualidades que el remedio asistencial que algunas voces proponen como
panacea contra los males del capitalismo: un subsidio universal incondicional y
desvinculado de toda contraprestación laboral. Incluso hay quien pretende que
una tal consumación del parasitismo social, por parte de un Estado asistencial
él mismo parásito de la explotación de otros seres humanos y de la naturaleza,
supondría nada menos que una transición directa y sin dolores de parto al reino
de la igualdad y la abundancia. Más bien parece, en cambio, que la
universalización del pensionista reproduciría ad infinitum los mismos mecanismos
explotadores que generan paro, precariedad, miseria material y psíquica,
marginación y depredación ecológica, mitigando tan sólo algunas de sus
consecuencias más peligrosas. (p. 93)
Es parasitismo porque para la
percepción de una renta desvinculada de toda contraprestación social -otra cosa
son los que quieren trabajar y no pueden por la organización social del
trabajo- otros han de producir aquello que se percibe. En este sentido,
Riechmann señala dos cosas:
La primera que la RBU está
formulada exclusivamente para países ricos y que se sostendrá en la solidaridad
de una parte de la clase trabajadora (hiperproductiva) hacia otra parte
constituida como gorrones (free-riders): parásitos.
La segunda que como se trata
de una medida pensada exclusivamente para los ciudadanos de los países ricos,
lo que en realidad sucedería es lo que ya va sucediendo en la actualidad, pero
con más intensidad: los trabajos más penosos quedarían reservados a los
“cabezas de turco” que inmigran a nuestros países desde el Sur sin obtener
ciudadanía… y trabajan a cambio de remuneraciones miserables, en condiciones
igualmente miserables. (p. 121)
En esta definición de la RBU como
parasitismo del rentista y del Estado que lo financia con la extracción de
plustrabajo a los trabajadores (y con la exclusión del derecho de ciudadanía de
otra parte) que lo mantuvieran resuena la máxima del movimiento obrero de quien
no quiera trabajar no coma. ¿No estaba dirigida esta consigna contra los
rentistas que hacinaban en viviendas en condiciones
infrahumanas y otros sacacuartos que exprimían a las clases trabajadoras? ¿No constituiría,
aunque esto no lo diga Riechmann, la RBU una versión fetichista del rentista
inmobiliario? Digo fetichista porque en la versión del casero gandul y
explotador no hay duda de que sus rentas se perciben esquilmando el salario del
trabajador, mientras que en la RBU este expolio se esconde tras la imagen del
Estado. Pero sigue siendo la misma fea pretensión. Pretender vivir sin
trabajar, a costa del trabajo de los demás, es cosa fea generalmente conocida
como parasitismo. (p. 117)
Los Eloi se permiten la
contemplación platónica como efecto de la división del trabajo y la liberación
de tiempo que supone que otros, los que amenazan embrutecidos, lo realizan por
ellos. La RBU sopundría el intento de convertirnos a una parte en Eloi, algo
que solo es posible en el caso de que neguemos la existencia humana a los Morlocks.
Le otorguemos la forma que le otorguemos, incluso si nos amparamos en la división
internacional del trabajo y arrojamos a los Morlocks no ya a la vida
subterránea, sino a la de otro continente.
Y esto en el mejor de los casos.
Supongamos ahora una versión
menos halagüeña: que la cuantía es insuficiente para dedicar la vida a leer El
Banquete de Platón y beberse unas litronas con pipas en la plaza (no son
incompatibles) o que la RBU la imponen desde una perspectiva neoliberal. Algo
sin duda no imposible.
Afirma Hayek en una especie de defensa
vaga de la RBU: No cabe duda que uno de los
principales fines de la política deberá ser la adecuada seguridad contra las
grandes privaciones y la reducción de las causas evitables de la mala
orientación de los esfuerzos y los consiguientes fracasos. Pero si esta acción
ha de tener éxito y no se quiere que destruya la libertad individual, la
seguridad tiene que proporcionarse fuera del mercado y debe dejarse que la
competencia funcione sin obstrucciones. Cierta seguridad es esencial si la
libertad ha de preservarse, porque la mayoría de los hombres sólo estará
dispuesta a soportar el riesgo que encierra inevitablemente la libertad si este
riesgo no es demasiado grande. (Camino
de servidumbre)
Hayek
defiende que la seguridad contra los efectos del mercado ha de proporcionarse
desde fuera del mercado, pero, al mismo tiempo, no obstruir el funcionamiento
del mercado. Id est, desregular por completo el mercado de trabajo. Encaja
a la perfección con la primera formulación de la RBU (1984), entonces SUI, del
Colectivo Charles Fourier, con Ph. van Parijs a la cabeza:
Suprimamos
todos los subsidios al desempleo, las pensiones del Estado, las transferencias
de la Seguridad Social, las subvenciones familiares, la reducción de impuestos
a personas dependientes, las becas estudiantiles, los planes especiales de
empleo temporal, la ayuda estatal a las empresas en crisis. Pero otorguemos
cada mes a cada ciudadano una suma suficiente para cubrir sus necesidades
fundamentales. Otorguémosla trabaje o no trabaje, sea pobre o sea rico, viva
solo o con su familia, en concubinato o en comuna, haya o no haya trabajado en
el pasado. No variemos la cantidad otorgada más que en función de la edad o del
grado (eventual) de invalidez. Y financiemos todo ello mediante un impuesto
progresivo sobre los otros ingresos de cada individuo.
Paralelamente,
desregulemos el mercado de trabajo. Decidamos abolir toda la legislación que
imponga un salario mínimo o una jornada máxima de trabajo. Eliminemos todos los
obstáculos administrativos al trabajo a tiempo parcial. Reduzcamos la edad de
escolarización obligatoria. Suprimamos la obligación de jubilarse a una
determinada edad.
Una
vez hecho todo esto, observemos qué ocurre.
¿Es
posible entonces que exista una RBU al servicio de las clases dominantes? ¿Una
RBU que desregule el mercado laboral sin jornada máxima ni salario mínimo? ¿Es
posible que la RBU, amparada en el enganche riesgo/seguridad y libertad
individual, mercantilice la sanidad y la educación definitivamente? ¿Es posible
que la RBU elimine los salarios indirectos (derechos sociales) y diferidos
(pensiones)? ¿La RBU podría acrecentar la diferencia Eloi/Morlocks despojando
de la ciudadanía como mínimo a una parte de los migrantes? La respuesta es
afirmativa.
Ahora
que nos hemos despojado todos de la farragosa dialéctica hegeliana, ¿no parece
esto un paso dialéctico inverso? ¿El paso de la calidad (derecho a la vivienda,
al trabajo digno, a la educación…) a la cantidad (derecho a percibir una
cuantía dineraria)? ¿O es simplemente una declaración de impotencia ante la exclusión
social?
Frente
a esta estrategia, y reconociendo que su implantación no es una panacea que
lo resolverá todo, Jorge Riechmann y Albert Recio defienden el reparto del
trabajo. La reducción de la jornada laboral aboga por la eliminación de la
escisión entre Eloi y Morlocks dado que la responsabilidad social del trabajo socialmente
útil es repartido de forma que todos podamos leer filosofía antigua,
participar políticamente, tomar litronas en el parque o discutir sobre series
sesudas en canales de pago (o pirateadas) y, al mismo tiempo, participar en la
reproducción social. Ya lo dejó dicho Marx, para pasar del reino de la
necesidad al reino de la libertad: la reducción de la jornada laboral es la
condición básica.